Friday, June 24, 2011

ermitaños

ERMITAÑOS EN LA TAIGA

El Mercurio Domingo 10 Enero 1993. “Ermitaños en la Taiga” por Vasili Pescov

 Durante 35 años, una familia rusa vivió aislada de toda civilización –sólo tenia una Biblia – en los montes inhóspitos de Saian, al norte de Mongolia. Un grupo de geólogos los descubrió por azar en 1978.

Un grupo de geólogos que prospectaban no lejos de la frontera mongola dan, por azar, en 1978, con la familia Lycov. Pronto comprende el carácter fabuloso de este encuentro: el padre, sus dos hijos y sus dos hijas no han visto a ningún ser humano desde hace cuatro decenios...Descendientes de una antigua familia de creyentes (cismáticos de la Iglesia ortodoxa y perseguidos por el zar Pedro I), los Lycov continuaron la marcha hacía el este que habían iniciado sus ancestros y terminaron por perderse en el bosque durante la Segunda Guerra mundial. Debieron enfrentar los rigores continentales, los osos y –peor aun – las ardillas que les disputaban sus reservas invernales. Sin embargo el modo propio de vida de los salvajes reemplazó a la civilización.
LLoLo anterior implica una desvalorización de la vida primitiva evidentemente. Además se confunde civilización con formas culturales. Ellos se aferran a sus formas culturales propias que por lo demás son algo diferentes de de sus mismo contemporáneos debido a sus creencias religiosas y campesinas.
Por lo demás no se perdieron en los bosques, sino que se internaron en ellos huyendo del reclutamiento militar obligatorio
Con una Biblia como única ayuda siguieron leyendo, escribiendo y hablando un ruso comprensible, comportándose como seres humanos dignos.
El periodista moscovita Boris Pescov, quien fue a verles verano tras verano narra la grandeza de su exilio. Pero nos hace compartir también la fascinación que sintió cuando les vio volver al mundo moderno. El espanto inicial de los Lycov muy pronto cedió su lugar a una curiosidad insaciable. Agafia, la menor y última sobreviviente hoy de la familia, considera el avión y la televisión como objetos banales: los fósforos y la fotografía, en cambio, son tabúes. Después de haber viajado un poco volvió a vivir sola en lo profundo de la taiga.

EXTRACTO DEL RELATO.
Corría el mes de febrero de 1982. Nicolas Ustinovich Juravlev me telefoneó de Moscú donde hacía escala. “quisiera que tomarás parte de una aventura humana excepcional que, quizás interese a tu diario”… Una hora después ya estaba en su hotel en Moscú escuchando atentamente al visitante siberiano.

El fondo de la historia era que en las montañas de Khakaze, en la ladera norte, impenetrable del Saian occidental, un grupo de geólogos había descubierto ha seres humanos que vivían más de cuarenta años totalmente aislados del mundo. Era una pequeña familia. Dos de los cuatro niños nunca habían visto otros humanos que no fueran sus padres y sus hermanos mayores y sólo conocían el mundo de oídas.

Para comenzar pregunté a Nikolai Ustinovich si conocía la historia por testimonios o si había visto a los anacoretas con sus propios ojos. El sabio regionalista me respondió que se había enterado del hallazgo de los geólogos en una nota de servicio y que había logrado el verano anterior, penetrar en ese rincón aislado de la taiga. “entré en su choza. Les hablé como te hablo a ti. ¿Mi impresión? Una mezcla de prehistoria y de Rusia antes de Pedro el Grande. Hacen fuego con sílex. Se alumbran con antorchas de madera. Andan descalzos en verano, calzados con cortezas de abedul en invierno. Nada de sal, nada de pan. No han perdido nada del idioma, pero cuesta entender a los más jóvenes. Ahora están en contacto con el grupo de investigación geológica y se encuentran felices de los encuentros con seres humanos tan cortos como sean. A pesar de todo siguen demostrando la misma desconfianza y no han cambiado para nada su modo de vida y su ritmo cotidiano. Si viven como ermitaños es por una ruptura religiosa que remonta a la época anterior de Pedro el Grande. Cuando oyen el nombre del patriarca Nikon, escupen y se persignan. Hablan de Pedro I como si fuera su enemigo íntimo. Hace mucho tiempo que ignoran lo que ocurre en el mundo.

Los Robinson Crusoe fueron descubiertos en el verano de 1978. Una fotografía geológica aérea había revelado la existencia de yacimientos ferruginosos en la fuente del rio Abakan. Un helicóptero debía transportar a ese lugar a un grupo de geólogos con miras a que hicieran una prospección. El trabajo de acercamiento fue meticuloso. Los pilotos sobrevolaron en varias ocasiones la quebrada profunda hasta que escogieron para aterrizar un banco de guijarros que les pareció adecuado.



Al trazar un nuevo círculo por las laderas de la montaña, los pilotos avistaron algo que se parecía mucho a un huerto. Era sólo una impresión, pensaron? Qué podría encontrarse en una región tan notoriamente selvática? ¿Acaso la localidad más cercana no se encontraba a doscientos cincuenta kilómetros rio abajo? Sin embargo, después de hacer una verificación comprobaron que era un huerto. En la tierra había surcos que marcaban trasversalmente el flanco del monte. Papas, sin duda. Además no podía haber surgido una claridad natural en un macizo espeso de alerces y cedros. Era un huerto despejado de árboles desde mucho tiempo.




Situándose a la más baja aptitud posible por encima de las cimas montañosas los pilotos vislumbraron algo que parecía una vivienda. Dieron otra vuelta. ¡Si, era una vivienda! Y, allí un sendero que conducía al rio. Troncos cortados con hacha se secaban al aire. Pero, ni un alma! qué extraño!

Los pilotos marcaron el lugar con una cruz en el mapa y se pusieron a buscar un lugar donde aterrizar, que encontraron finalmente cerca del rio a quince kilómetros del misterioso lugar. Cuando rindieron cuentas a los geólogos de los resultados de sus misiones, les informaron de este enigmático descubrimiento.

Eran cuatro geólogos que trabajaban en la apertura del yacimiento de Volkovsk . tres varones y una mujer, Galina Pismenkaya , la jefa del grupo. Una vez que se encontraron en la taiga no olvidaran la presencia cercana del misterioso “huerto”.

Es preferible en este punto de nuestro relato citar el testimonio de la propia Gallina Pismekaya.

“Aprovechando un tiempo asoleado metimos golosinas en nuestras mochilas para nuestros eventuales amigos. No obstante no olvidé de revisar la pistola que llevaba en el cinto, por si acaso.
El lugar que habían marcado los aviadores se encontraba alrededor de mil metros de altitud subiendo por el flanco de la montaña. En nuestro ascenso encontramos repentinamente un sendero. Al verlo, incluso un ojo inexperto se daba cuenta que era transitado durante años y que unos pies lo habían recorrido recientemente. Vimos un bastón apoyado contra un árbol. Luego vimos dos plataformas montadas en varas altas que contenían baldes de corteza de abedul llenos de rebanadas de papas secas. Extrañamente este descubrimiento nos tranquilizó y continuamos nuestro camino con más confianza. Los testimonios de vida humana se multiplicaban, un cántaro de corteza abandonado, un tronco que cruzaba un arroyo, restos de fuego.
Llegamos a una choza que estaba cerca de un torrente. Ennegrecida por el tiempo y las lluvias se erguía entre un montón de accesorios provenientes del bosque. Cortezas. Estacas, ramas caídas de los árboles. Si no hubiera sido por la ventana del porte de un bolsillo de mi mochila, me hubiera costado creer que seres humanos viviesen dentro. Sin embargo, no se podía dudar que vistiesen seres humanos allí; a dos pasos de la choza florecía un huerto verde, bien cultivado, sembrado de papas, cebollas y nabos. Había un azadón tirado en la tierra con restos de barro fresco.

Nuestra llegada no había pasado inadvertida. La puerta baja rechinó dejando ver, a la luz del día como en un cuento, la silueta de un viejo muy viejo. Descalzo vestido con una camisa mil veces remendada de tela de saco, con un pantaloncillo de la misma materia lleno de remiendos. Una barba enredada. Cabellos greñudos. Una mirada de espanto, muy atenta y una expresión de incertidumbre. Contoneándose incómodamente como si la tierra le quemase los pies el viejo nos miraba en silencio. Nosotros hacíamos lo mismo. La escena duró aproximadamente un minuto. Había que hacer algo y dije:
 Buenos días abuelo. Hemos venido a verle.
El viejo no respondió de inmediato. Se quedó inmóvil, miró a su espalda, acarició con su mano un cinturón que colgaba del muro antes de decir finalmente con una voz dulce y vacilante:
 Bueno, entren ya que están aquí.
El viejo nos abrió la puerta y nos zambullimos en una oscuridad pegajosa y mal oliente. De nuevo reinó un silencio molesto que fue interrumpido por un resoplido y unos murmullos. Sólo entonces distinguimos las siluetas de las dos mujeres. Una de ellas golpeándose histéricamente la frente en la tierra, se lamentaba:
 Esto por nuestros pecados, esto por nuestros pecados…
La otra aferrada al pilar de madera que sostenía la viga fatigada, se dejó caer lentamente. La luz del tragaluz dio en sus ojos totalmente abiertos, terriblemente asustados y comprendimos que era mejor salir. El viejo nos pisaba los talones. Muy confundido también, nos dijo que eran sus hijas.
Dando tiempo a nuestros nuevos amigos para que recuperaran su ánimo, hicimos un fuego y sacamos algunas provisiones para comer.

Alrededor de media hora más tarde, saliendo del alero de su choza tres siluetas se acercaron al fuego, el viejo y sus dos hijas. Ya no había ningún resto de histeria. En sus rostros se leía sólo miedo y una curiosidad sincera.


Les ofrecimos conservas, té y pan, pero nuestros anfitriones lo rechazaron enérgicamente:
 No queremos nada.
En un hogar de piedra que habían preparado cerca de su choza colocaron una olla de papas lavadas en el agua del torrente que taparon con una placa de piedra. Luego se pusieron a esperar.
 Nunca han comido pan?
El viejo respondió:
 Yo he comido, pero ellas no. Ellas ni siquiera lo han visto.

Las hijas estaban vestidas como su padre, de una tela de saco tejida con cáñamo. El corte de su tenida también parecía característico de una tela de saco, un hoyo para la cabeza, con una cuerda como cinturón. Y un remiendo que no terminaba nunca.

La conversación marchaba mal. Y la situación incómoda no era la única causa. Nos costaba entender el idioma de las mujeres. Empleaban muchas palabras antiguas a las que debíamos adivinarles el sentido. También era muy peculiar su manera de hablar con una especie de nasalización atenuada que lindaba en una recitación. Cuando las hermanas conversaban entre ellas el sonido de sus voces hacía pensar en un arrullo sordo y lento.
Cuando había caído la tarde las presentaciones eran ya algo muy lejano. Sabíamos que el anciano se llamaba Karp Ossipovitch. Las hijas Natalia y Agafia. Su apellido era Lycov. Agafia en medio de la conversación contó de pronto con un orgullo evidente, que sabía leer. Despues de haber pedido permiso a su padre, entró en la isba de la que salió con un libro pesado y bruñido. Lo puso sobre sus rodillas, lo abrió y nos leyó una plegaria con una voz cantante la misma con que hablaba. Luego, para demostrarnos que Natalia también sabía leer le puso el libro en sus rodillas. Después de la lectura todo el mundo observó unos minutos de silencio como si hubiera sido algo de mucha importancia.
 Y, ¿tú sabes leer? Me preguntó Agafia.
Los tres esperaron mi respuesta con curiosidad. Respondí que sabia leer y escribir, lo que desengañó un poco al viejo y a las dos hermanas que sin duda tenían el conocimiento de la lectura y de la escritura como un don exclusivo. Pero sabe es saber y los Lycov me consideraban ahora igual a ellos.

El viejo, sin embargo estimó útil preguntarme si yo era mujer.
 Por la voz y por el resto se diría que es una mujer, pero la ropa…
Esta reflexión divirtió a mis tres compañeros a mí, ellos explicaron a Karp Ossipovitch que no solo sabía leer y escribir sino que era la jefa del grupo.
 ¡Impenetrable es tu obra, Señor! Exclamó el anciano persignándose. Y sus hijas le imitaron.
Nuestros interlocutores cortaban con oraciones nuestra conversación que se prolongaba. De una y otra parte las preguntas fueron numerosas. Y Llegó el momento la pregunta que a nosotros nos parecía la esencial.
 ¡como habían llegado a vivir tan lejos de los seres humanos?
Siempre prudente el viejo respondió que su mujer y él habían abandonado la sociedad humana por voluntad de Dios.
 El mundo secular nos está vedado.
Nuestros regalos, un pedazo de tela, hilo, agujas, anzuelos fueron recibidos con gratitud. Las dos hermanas acariciaban el tejido, lo examinaban a la luz intercambiando miradas

Así terminó nuestro primer encuentro. La separación fue casi amistosa. Y sentimos que ahora nos esperarían en su isba del bosque”.

Podemos imaginar la curiosidad de esos cuatro jóvenes que de súbito habían encontrado un pedazo de la vida casi “fosilizada”. Cada vez que tenían tiempo visitaban la ermita del bosque.
 Ya creíamos saber todo sobre el destino de los ermitaños de la taiga que nos inspiraban a la vez sorpresa, curiosidad y piedad, cuando nos enteramos que no conocíamos aun a toda la familia.
Durante su cuarto o quinta visita los geólogos no encontraron al dueño de la casa. Las hermanas respondían a sus preguntas con frases vagas.
 Llegará pronto.
El anciano llegó, pero no sólo. Apareció en el sendero acompañado por dos hombres que caminaban bastón en mano. Descalzos y barbudos estaban vestidos con el mismo atuendo: una tela de saco remendada. No eran muy jóvenes, aunque era difícil calcularles la edad. Observaban a los geólogos con curiosidad y desconfianza. El anciano, claro, les había puesto al corriente de la visita que había recibido antes a la ermita. Estaban preparados para el encuentro. Pero uno de ellos viendo a la que más despertaba su curiosidad, no pudo dejar de volverse a su compañero exclamando.
 Dimitri, la mujer esa es ¡la mujer!...
El viejo calmó a los dos hombres que presentó como a sus hijos.
 Es el mayor Savvine. Yuste es Dimitri, nació aquí.
Durante las presentaciones los hermanos mantean la cabeza gacha, apoyados en sus bastones. Nos enteramos que vivían separados del resto de la familia por alguna razón que desconocíamos. A seis kilómetros, a orilla del rio, se encontraba su choza con un huerto y una bodega.

Era la “filial” masculina de la ermita. Las dos cabañas estaban conectadas por un sendero que ellos transitaban casi todos los días.
Los geólogos a su vez se pusieron a recorrerlo. Galina Pismenkaya:
 La cordialidad era sincera y recíproca. Pero no nos atrevíamos a hacernos esperanzas de que los ermitaños aceptaran visitar nuestro campamento base situado a quince kilómetros rio abajo.
Con frecuencia escuchamos la frase:
 Tenemos prohibido eso.
Por eso nos sorprendió un día ver acercarse a nuestras carpas un destacamento completo encabezado por el anciano en persona seguido por sus “bebés”: Dimitri, Natalia, Agafia y Savvine. El viejo ataviado con una toca de reno siberiano, los hijos con un bonete de monje de tejido tosco. Los cinco vestían trajes hechos de tela de saco y venían descalzos, portando bastones en la mano. Colgaban de sus hombros bolsas llenas de papas y de cereales que traían de regalo.
La conversación fue general y animada. Pero también esta vez comimos separados. Los Lycov se sentaron separados bajo un cedro. Abrieron sus bolsas y masticaron su “pan” de papas de aspecto más negro todavía que el limó de Abakan. Fue un desayuno acompañado de agua fresca en vasos metálicos. Más tarde royeron nueces antes de dedicarse a su plegaria.

En la tienda que les habíamos reservado, los visitantes pasaron mucho tiempo probando los lechos de campaña que acariciaban con el hueco de la mano. Dimitri se estiró en su cama sin desvestirse. Savvine que no se atrevía a hacer lo mismo se sentó cerca del lecho para dormir sentado. Más tarde supe que había aprendido a dormir sentado “A Dios le agrada más”.

Con du espíritu práctico el jefe de la familia examinó largamente en su mano la tela de la tienda, chasqueando su lengua:
 ¡Oh que resistente! ¡qué hermosa! Sería perfecta para unos calzoncillos.

En septiembre, al caer la primera nevazón y habiendo llegado para los geólogos la hora de partir, hicieron una visita a las isbas del bosque para despedirse.
 ¿Y, si nos acompañaran?, propuso la mujer jefe medio en broma. Podrán instalarse donde ustedes quieran, nosotros les ayudaremos a construirse una isba, tendrán un huerto…
 No, tenemos prohibido eso, respondieron a coro los cinco Lycov, haciendo con la mano un gesto negativo. Tenemos prohibido eso, dijo enérgicamente el anciano.
Después de despegar el helicóptero trazo dos círculos sobre el monte del “huerto”. Cerca un montón de papas cosechadas haccía poco, con los ojos puestos en el cielo, se erguían cinco personas descalzas. No agitaban las manos, no se movían. Sólo uno de los cinco se puso de rodillas. Rezaba.

En el mundo secular el relato de los geólogos sobre su “hallazgo” dio origen a un sinfín de comentarios y chismes. Motivado por el deber tanto como por una pasión regionalista, Nicolas Ustinovitch Juravlev decidió hacer un viaje al lugar. Encontró a los ermitaños. Los cinco Lycov seguían viviendo en sus cabañas convencidos de haber tomado la decisión de los “cristianos verdaderos”. Los visitantes fueron recibidos con desconfianza. Pero pudieron estableces que se trataba de una familia de antiguos cismáticos de la Iglesia ortodoxa que se habían retirado a la taiga en la décad de 1930.

Karp Ossitpovitch tenía ochenta años; su hijo Savvine cincuenta y seis; Natalia cuarenta y seis; Dimitri cuarenta y Agafia treinta y nueve. No hacían preguntas a los visitantes. Escuchaban sus relatos sobre la vida moderna y los grandes acontecimientos del mundo con “orejas de marcianos”.

Nicolas Usstinovitch pasó menos de veinticuatro horas con los Lycov. Se enteró que los geólogos que ahora formaban un grupo más numeroso, subían al huerto con bastante frecuencia, unos por curiosidad, otros para ayudar a construir una nueva isba y a cultivar papas.
Los Lycov también recorrían a veces el camino que llevaba hasta la base de los científicos. Descalzos, como siempre. Al viejo le encantaba ponerse un sombrero de fieltro, mientras que sus hijas se envolvían la cabeza con pañuelos oscuros. Dimitri y Savvine por su parte habían reemplazado sus calzoncillos de “saco de papas” por pantalones hechos con la misma tela de las tiendas de campaña.

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Los

Monday, June 06, 2011

romanticismo

ROMANTICISMO Y UTOPIA

El romanticismo novelesco es el gran generador de utopías ideológicas con el fin de recrear formas de vida pasadas o futuras nuevas.
El objetivo profundo es el rencontrar el Paraíso Perdido. Estas creaciones no tienen más trascendencia que la literaria. Históricamente algunas han intentado realizarse por pequeños grupos más o menos soñadores, más o menos fanáticos. Los últimos han creado dictaduras sujetas su tiranuelo creador.

Unos pocos de estos ensayos, en forma muy limitada en el tiempo y en el espacio, llegaron a ser experiencias positivas porque las personas que lo intentaron eran en sí mismas fuera de serie

Las sectas, son igualmente otros tipos de utopías que en estos casos proponen metas especialmente de orden mental y moral. Es decir, formas de vida interior en las personas y grupos.
Las más conocidas y amplias son las Religiones y otras sectas menores dentro de esas grandes utopías religiosas.
Cuando las sectas religiosas consiguen algún tipo de poder político para imponer su cosmovisión se hacen tiránicas en grado extremo según el poder de que dispongan.
Existen amplios ejemplos en la historia tanto de Oriente como Occidente, especialmente cuando los cristianos y luego musulmanes dispusieron del poder político y religioso. Emperadores y califas eran representantes de las leyes humanas y divinas a la vez. Actualmente Irán tiene una semejanza con el pasado, pues en ese país existe la policía religiosa para perseguir las transgresiones a sus creencias religiosas.

Sectas son igualmente muchos Partidos Políticos. Generalmente comenzaron como pequeños grupos minoritarios. Si obtienen el Poder caen en la dinámica de toda secta, tienen la “tendencia” y el deseo de anular a todos los otros Partidos Políticos y, en ocasiones, desencadenan persecuciones desde sicológicas a brutales. Los ejemplos abundan, pero basta recordar el estalinismo y el hitlerismo y los insultos de nuestros partidos políticos en nuestro propio país.

Las sectas suelen ser tan peligrosas por estar fundadas en las utopías. Es decir en

CONCEPCIONES TEÓRICAS PREVIAS BASADAS O EN EL PASADO O EN
CONCEPCIONES PERSONALES DE UN IDEÓLOGO

Discernir si un movimiento, si una ideología, son sanos y positivos solamente se puede detectar cuando quienes las inventan y profesan respetan las ideas y las formas de vivir de todos aquellos que no profesan sus mismas ideas y formas de vida, En una palabra si aceptan la Alteridad y ellos mismos demuestran con su vivir y actuar las ventajas de aquello que profesan.

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ATENCION

UTOPIA
PROVIENE del griego ou topos = aquello que no tiene lugar, que no existe ni existirá.

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